miércoles, 30 de septiembre de 2009

OBJETOS FRÁGILES


“Después de todo, hay muchas cosas frágiles en la vida. Las personas se quiebran con facilidad, y también los sueños y los corazones.”



Una de mis últimas lecturas ha sido esta recopilación de relatos cortos firmados por Neil Gaiman.
Resulta sorprendente lo poco conocido que es este autor en España (exceptuando a los aficionados al género fantástico), a pesar de todos los premios y galardones que ha recibido y de sus múltiples incursiones (siempre con excelentes resultados) en distintos géneros literarios.

Gaiman comenzó su andadura con el comic "Sandman", una serie de 10 volúmenes, entre 1989 y 1996 que nos introduce en un mundo oscuro y fantástico, lleno de romanticismo decadente pero al mismo tiempo tremendamente irónico en el que las leyendas y los personajes mitológicos toman vida...convirtiéndose en todo un referente dentro del mundo del comic.
Desde entonces, y tras la publicación de su primera novela "Neverwhere", ha escrito guiones de cine ("Stardust", "Beowolf"...), libros ilustrados ("El dia que cambié a mi padre por dos peces de colores", "Los Lobos de la pared"), la novela infantil "Coraline" (que ha sido llevada al cine recientemente) y otras novelas como la genial "American Gods" (muy recomendable), "Los hijos de Anansi" o "Buenos Presagios"(escrita conjuntamente con Terry Pratchet).

Volviendo al libro que nos ocupa, el título de "Objetos Frágiles" acudió a Gaiman en un sueño. Como el propio autor dice en su introducción: "Un cuento -al igual que una persona, una mariposa, el huevo de un ave, el corazón humano y los sueños- es algo frágil, pues se compone de elementos tan precarios e insignificantes como son las veintiocho letras del abecedario y unos cuantos signos de puntuación. O de palabras pronunciadas en voz alta, que no son sino sonidos e ideas- cosas abstractas, invisibles, que se desvanecen nada más pronunciarlas- , ¿existe algo más frágil que eso? Y, sin embargo, hay cuentos pequeños y sencillos que hablan de aventuras y de gente que hace cosas extraordinarias, cuentos que hablan de magia y de monstruos, que han sobrevivido a quienes una vez los contaron, e incluso a las culturas de las que nacieron."

Creo que este párrafo describe perfectamente no solo el espíritu de los cuentos en general, sino también del libro de Gaiman en particular. La sensación que nos deja esta serie de relatos inconexos es de una fragilidad absoluta...quizá demasiada.

Aunque el libro conserva en general el estilo onírico de Gaiman y hay verdaderas joyas entre los relatos que nos presenta, otros nos dejan la sensación de estar incompletos, como si el autor no se hubiese molestado en pulirlos lo suficiente confiando en su propia genialidad. Si bien esto hará las delicias de algunos, personalmente, teniendo en cuenta la calidad a la que Gaiman nos tiene acostumbrados, me sentí bastante defraudada tras la lectura de algunos relatos, cuya procedencia, de lo más variopinta, es evidente en numerosas ocasiones, pareciendo que algunos han sido elegidos mas como relleno que por su calidad.
He de decir en su favor, sin embargo, que me parece de gran dificultad escribir un libro con relatos ya existentes, muchos de ellos realizados por encargo, y sin embargo Gaiman es capaz de crear una atmósfera similar en cada uno de ellos, de unirlos de algún modo a pesar de que no posean ningún elemento en común...exceptuando su fragilidad.

Como ya he dicho entre los relatos de este libro encontramos algunos magníficos, así que reseñaré los que más me han gustado, ya que la cantidad de relatos es demasiado grande como para hacer un resumen de todos ellos (sin contar que ya el propio autor hace un resumen de los mismos en la introducción de su libro).

El primero de los relatos, "Estudio en Esmeralda" (cuyo título hace un guiño a la novela "Estudio en Escarlata" de Sir Arthur Conan Doyle), fue escrito para una recopilación de relatos llamada "Sombras sobre Baker Street". El encargo de Gaiman era escribir "un cuento de Sherlock Holmes ambintado en el mundo de H.P Lovecraft", una mezcla sumamente interesante que Gaiman realiza con maestría, sin desvirtuar ni su propio estilo ni el de los personajes a los que toma prestados.

Otro de los mejores relatos del libro es "Las esposas prohibidas de los siervos sin rostro de la secreta morada de la noche", cuyo título deja traslucir la hilarante y desconcertante historia que Gaiman nos narra, que parodia afectuosamente algunas de las convenciones de las novelas de horror gótico.

"Aqui el tiempo es fluido"...con esta frase Gaiman empieza y termina un relato que es en realidad una paradoja temporal. 
Breve pero intenso, anticipa a otro de los mejores relatos de la antología, titulado "Goliat"; este último escrito antes de su estreno para la página web oficial de la película Matrix (donde todavía sigue). Se trata quizá de mi favorito en este libro, y por eso lo reproduzco integramente más abajo.

Mis otros dos favoritos son "Alimentadores y Alimentados", en el que Gaiman nos narra una terrorífica historia de sumisión y canibalismo, y "Crup del Hipocondriaco", que resulta fatalmente divertida.

Sin más, os recomiendo la lectura de este libro... a pesar de que no es el mejor de Gaiman, merece la pena. Y os dejo con mi relato favorito:

GOLIATH (por Neil Gaiman)

Podría decirse que siempre supuse que nuestro mundo, la supuesta realidad, no era más que una máscara, un falso envoltorio para esconder algo mucho más profundo y complejo. De algún modo sabía la verdad. Pero ahora creo que simplemente es así como han sido siempre las cosas. Incluso ahora que conozco la respuesta (al igual que tú amor mio, si es que estás leyendo esto), todo me sigue pareciendo igual de fantasmal y vacío. Otra realidad, otra mentira. Así es como me siento.

Me dijeron, “Esta es la verdad”. Les pregunté…”¿Eso es todo?”…”Si, algo asi. Al menos es todo lo que sabemos”.

1977. Todo lo que sabía de ordenadores se concentraba en una enorme y carísima calculadora que había comprado por aquel entonces. Había perdido el manual de instrucciones y no sabía como hacerla funcionar. Más allá de sumar, multiplicar y dividir, me aliviaba no tener que perder tiempo averiguando como calcular tangentes o funciones gráficas. Me habían rechazado en la RAF (Royal Air Force) y trabajaba como empleado de mantenimiento para unos almacenes de alfombras de segunda mano en Edgware, al Norte de Londres. Un día, sentado en mi pequeño cuchitril en la trastienda, todo cambió y se volvió extraño y peligroso.

Para ser exactos, fue como si las paredes, el suelo, los estantes atestados de periódicos y los calendarios de Top Less estuviesen hechos de cera, y comenzasen a derretirse, a mezclarse como si fueran una pasta viscosa, derramándose. Miré los edificios y las nubes en el cielo, las calles…se fundían y fluían, dejando la más completa oscuridad a su paso.

Estaba allí de pie, pisando el charco de lo real, coloreado con una fluorescencia atrayente. No me llegaba a la suela de mis zapatos marrones de piel (Tenía los pies demasiado grandes. Me tenían que hacer las botas a medida. Me costaban una fortuna). El charco seguía emitiendo esa extraña luminiscencia.

Supongo que me negaba a creer lo que ocurría. Me preguntaba si me habrían drogado o si estaría soñando. Pero era real, y me quedé alli parado en mitad de la oscuridad. Entonces, sin pensarlo, me puse a caminar, chapoteando por ese mundo líquido, gritando y pidiendo ayuda. Me preguntaba si habría alguien más allí.

Algo pasó frente a mi rozándome la cara.

“Hey” dijo una voz. El acento era americano, pero tenía muy mala entonación.

“Hola,” contesté.

Escuché un murmullo durante unos segundos, y entonces apareció un hombre. Bien vestido. Con unas finísimas y picudas gafas cuadradas.

“Eres un tio muy alto,” me dijo “¿Lo sabías?”

Claro que lo sabía. Tenía 19 años y medía casi dos metros y diez centímetros. Mis dedos parecían plantanos. Asustaba a los niños. No esperaba cumplir los cuarenta: la gente con mi constitución suele morir joven.

“¿Qué me está pasando?. ¿Lo sabes?”

“Un misil se cargó una de las CPU. Doscientas mil personas conectadas se han convertido en carne a la parrilla. Teníamos un enlace alternativo, por supuesto. Todo se arreglará en un momento. Estarás aquí flotando durante unos cuantos nanosegundos, mientras cargamos el sistema de Londres otra vez.”

“¿Eres Dios?” le pregunté. Nada de lo que había dicho tenía sentido alguno para mi.

“Si. No. No exactamente. No como tu lo concibes”

En ese instante la oscuridad pareció moverse y me encontré caminando hacia el trabajo, bebiendo una taza de te y sumido en la más extraña y duradera sensación de deja vu que había tenido hasta entonces. Fueron veinte minutos en los que sabía todo lo que iba a ocurrir, los clientes que iban a entrar en la tienda, por lo que iban a preguntar…Luego todo pareció volver a la normalidad.

Pasaron las horas, los días, los años.

Perdí mi trabajo en el almacén y conseguí otro como encargado en una compañía de ordenadores. Me casé con una chica llamada Sandra y tuvimos un par de niños, ambos normales. Pensaba que había encontrado a la persona junto a la que poder sobrevivir a cualquier problema o contratiempo. Pero acabó por fracasar. Nos separamos y ella consiguió la custodia de mis hijos. 1986. Rozaba los treinta. Trabajaba para Tottenham Court Road vendiendo ordenadores, parecía que se me daba bien el empleo.

Me gustaban los ordenadores.

Fueron días interesantes. Recuerdo cuando nos llegaron los primeros AT’s. Algunos con 40mb de disco duro…aquello era toda una maravilla de la tecnología para la época.

Seguía viviendo en Edgware, me desplazaba hasta Northern Line para el trabajo. Una noche en el metro, volviendo a casa, en mitad del trayecto a través de Euston, con el vagón casi vacío y el Evening Standard entre mis manos…me pregunté quienes eran los pasajeros. ¿Cómo serían sus vidas?. Miraba a una chica delgada, de color, escribiendo nerviosa en una pequeña libreta. Una anciana se sentaba a su lado, con un sombrero de terciopelo verde. Un poco más apartada, otra chica con un perro, a su lado un anciano con turbante y barba…

Entonces el metro se detuvo. Justo en un tunel.

Lo curioso es que había pensado exáctamente eso. Un segundo antes había deseado que el tren se detuviese. El silencio reinaba en todo el vagón.

En mitad del trayecto a través de Euston, el vagón estaba casi vacío.

En mitad del trayecto a través de Euston, el vagón estaba casi vacío y yo me preguntaba quien eran los pasajeros. ¿Cómo serían sus vidas?. Entonces el metro se detuvo. Justo en el tunel. El silencio reinaba en todo el vagón.

Sentí un golpe tan fuerte que creí que otro tren había chocado con nosotros.

En mitad del trayecto a través de Euston, el vagón estaba casi vacío. Entonces el metro se detuvo. Justo en el tunel. Sentí un golpe tan…

(La conexión será restablecida tan pronto como sea posible, susurró una voz dentro de mi cabeza)

Esta vez, mientras el tren aminoraba hasta llegar a Euston me pregunté si me estaba volviendo loco: Sentía como si me arrastraran a través de un bucle. De principio a fin y vuelta a empezar. Sabía que estaba ocurriendo, pero no podía hacer nada para evitarlo.

La chica de color terminó de escribir y me pasó una nota. “¿Estamos muertos?”

No lo sabía. Parecía una explicación tan lógica como cualquier otra.

Entonces nos envolvió un resplandor blanco.

No había suelo bajo mis pies, nada sobre mi cabeza, ningún indicador de distancia o tiempo. Estaba rodeado por la nada blanca. Y no estaba solo.

Apareción un hombre. Bien vestido. Con unas finísimas y picudas gafas cuadradas. Parecía un traje de Armani. “¿Otra vez tu?. ¿El grandullón?. Acabo de hablar contigo.

“No es posible,” le dije.

“Si. Hace media hora. Cuando explotaron los misiles”

“¿Estoy otra vez en el almacen?. Pero eso fue hace años.”

“Exactamente hace 37 minutos. Hemos estado en tiempo acelerado desde entonces, intentando parchear y arreglar los desperfectos, mientras buscábamos soluciones potencialmente viables.”

“¿Quién disparó los misiles?” pregunté. “Los Rusos?…¿Los Iraníes?”.

“Aliens,” Respondió.

“¿Estás de broma?”.

“Hasta donde puedo decir no. Hemos estado enviando sondas con vainas desde hace unos cientos de años. Parece que han respondido a una de ellas. Lo descubrimos cuando impactaron los primeros misiles. Nos ha llevado unos preciosos 20 minutos crear un plan de respuesta adecuado y ponerlo en práctica. Por eso hemos estado ejecutando el sistema a mayor velocidad. ¿Se te han pasado estas dos decadas demasiado rápido?”

“Si. Bastante la verdad.”

“Ya te he contado por qué. Hemos estado acelerando con el fin de mantener un paralaje adecuado mientras procesabamos”

“¿Y qué vais a hacer ahora?”.

“Seguiremos con nuestro contraataque. Les barreremos. Nos llevará un rato: Todavía no tenemos la tecnología adecuada. Tendremos que construirla”.

La nada blanca iba transformandose en tonos rosáceos oscuros y rojos ocres. Abrí los ojos. Por primera vez.

Estaba atrapado, en la oscuridad, atado e inmobilizado más allá de cualquier sitio que la imaginación pueda concebir. Nada tenía sentido. Era real, era una pesadilla. Duró treinta segundos, y cada uno de ellos duró una eternidad.

En mitad del trayecto a través de Euston, el vagón estaba casi vacío…

Inicié una conversación con una chica de color que escribía nerviosa en una pequeña libreta. Se llamaba Susan. Algunas semanas después, se mudó a mi piso.

El tiempo pasó rápido. Creo que me estaba volviendo muy sensible a ello. Quizá sabía lo que buscaba – o quizá sabía que había algo que buscar, aunque no supiera el qué – .

Una noche cometí el error de contarselo a Susan – Contarle que el mundo real era una mentira. Que la verdad era que estábamos conectados, cableados a unidades de proceso que funcionaban en ordenadores del tamaño de planetas, alimentados por una alucinanción global para mantenernos felices, que nos permitía comunicarnos y soñar, usando la parte del cerebro que nos quedaba libre para procesar todos esos datos.

“Somos como memoria” le dije. “Eso es lo que somos. Bancos de memoria”.

“No creerás realmente lo que me estás contado”, dijo con voz temblorosa “Es un cuento ¿verdad?”

Cuando hacíamos el amor, siempre quería que la tratase con dureza, pero nunca me atreví. No sabía hasta donde podía llegar con mi fuerza. Soy un estupido. No quería hacerle daño. Nunca quise tratarla mal. Dejé de contarle mis teorías.

De todas formas hubiera dado lo mismo. Me abandonó a la semana siguiente.

La echo de menos.

Los deja-vu se hacían más frecuentes. Cada instante vibraba, se multiplicaba, se repetía y volvía a pasar.

Entonces una mañana me desperté y estaba otra vez en 1975. Tenía dieciséis años, y después de un duro día en el colegio regresaba a casa y salía hacia el centro de reclutamiento de la RAF, en Kebab House, cerca de Chapel Road.

“Eres un tío muy grande,” dijo el oficial. Pensé que era Americano, pero el decía ser Canadiense. Llevaba unas finísimas y picudas gafas cuadradas.

“Si,”.

“¿Y te gusta volar?.”

“Más que nada en el mundo” le dije. Me pareció recordar un mundo en el que había olvidado que me gustaban los aviones, lo que me resultó tan extraño como olvidar mi nombre.

“Bueno,” dijo el hombre de las gafas, “Vamos a tener que quebrantar algunas normas. Pero te pondremos en el aire enseguida” Parecía decir la verdad.

Los años posteriores corrieron muy deprisa. Era como si los hubiera pasado metido en diferentes tipos de aviones. Sentado en diminutos asientos, pulsando botones demasiado pequeños para mis dedos.

Me concedieron la medalla al servicio. Después la del merito, la del valor y después la Distinción de Gracia, que ni siquiera el Primer Ministro tenía. Para entonces volaba en increíbles aparatos y aviones que no parecían tener motores o sistema de propulsión alguno.

Empecé a salir con una chica llamada Sandra, al poco tiempo nos casamos y tuvimos que mudarnos a un complejo residencial precioso cerca de Dartmoor. No tuvimos hijos: Me habían advertido que era una consecuencia lógica de mi exposición a la radiación y que no intentáse tenerlos. Desconocían que efecto tendría esa radiación en los bebés.

1985. El hombre de finísimas y picudas gafas cuadradas entró en mi casa.

Mi mujer estaba pasando unos días en casa de su madre. Las cosas se habían puesto un poco tensas. Se marchó para tener un poco de tiempo para pensar. Según dijo, la estaba sacando de quicio. Pero si alguien debía estar nervioso por algo ese era yo. Sabía todo lo que iba a ocurrir antes de que ocurriera. Pero no sólo era yo: era como si todo el mundo supiera lo que iba a ocurrir. Como si fueramos sonámbulos por nuestra vida y esto se hubiera estado repitiendo veinte mil veces.

Quise contarselo a Sandra, pero de algún modo, sabía que iba a perderla si abría la boca. De todas formas el fracaso parecía inevitable. Estaba sentado viendo El Metro en el Canal Cuatro y bebiendo una taza de te, y me sentía asqueado conmigo mismo.

El hombre de finísimas y picudas gafas cuadradas entró en mi casa, como si fuese la suya. Miró su reloj

“Perfecto. Hora de irnos. Vas a pilotar algo muy parecido a un PL-47.”

Incluso los galardonados con la Distinción de Gracia desconocían la existencia de los PL-47s. Parecía una taza voladora. Como si fuera un modelo sacado de Star Wars.

“¿No debería dejarle una nota a Sandra?” pregunté.

“No,” respondió rotundamente. “Ahora, sientate en el suelo y respira hondo. Inspira, expira.”

Nunca se me había ocurrido discutirle. O desobedecerle. Me senté en el suelo y empecé a respirar, lentamente, tomando aire y expulsandolo, una y otra vez…

Dentro.

Fuera.

Dentro.

Sacudida. El dolor más insoportable que he llegado a sentir jamás. Estaba en estado de shock.

Dentro.

Fuera.

Gritaba, pero no podía escuchar mi propia voz, todo lo que oía era un gemido lento y apagado

Dentro.

Fuera.

Era como nacer otra vez. Incomodo. Doloroso. La respiración me guiaba a través del dolor y la oscuridad, mis pulmones parecían hervir. Abrí los ojos.

Estaba tendido en una superficie metálica. Desnudo. Mojado y rodeado de cables. Salían de mí y se replegaban, como gusanos asustados o serpientes brillantes.

Contemplé que no tenía rastro alguno de pelo, no tenía arrugas. Me pregunté que edad tendría realmente. ¿Dieciocho?.¿Veinte?. Era incapaz de adivinarlo.

Una pantalla de cristal se extendía sobre la superficie metálica. Brilló un instante y se encendió. Contemplaba al hombre de las gafas picudas.

“¿Recuerdas?. Deberías poder acceder a tus recuerdos, al menos por ahora.”

“Creo que sí,” le contesté.

“Pilotarás un PL-47. Acabamos de construirlo. Tenemos que revisar los esquemas y avanzarlos. Modificar algunas factorías para desarrollarlo. Tendremos una flota preparada mañana. Ahora tan sólo contamos con uno.”

“Asi que si no funciona, tendréis algo para sustituirlo ¿no?.”

“Si sobrevivimos hasta entonces. Otro bombardeo ha empezado hace quince minutos. Se ha cargado buena parte de Australia. Pensamos que es un preludio. El verdadero ataque está por llegar.” contestó.

“¿Con qué os atacan?. ¿Armamento nuclear?”.

“Rocas.”

“¿Rocas?”

“Aha. Rocas. Asteroides. Muy grandes. Creemos que si no planteamos una rendición, arrojarán la luna contra nosotros.”

“Estás de broma.”

“Ojalá.” La pantalla se apagó.

La superficie metálica atravesaba una maraña de cables, sobre una vasta extensión formada por gente dormida. Cada uno de ellos conectados a inmensas torres y encerrados en cápsulas gelatinosas.

El PL-47 me estaba esperando en la cima de una montaña hecha de metal. Pequeñas placas de hierro apiladas formando un pico robusto y pulido.

Con las piernas temblorosas, caminé hacia el, todavía atontado. Me senté en la cabina. Sorprendentemente, parecía hecha a mi medida. Mis manos comenzaron a pulsar los botones de encendido. Unos extraños cables se sujetaron a mis muñecas. Sentí que algo entraba en la parte trasera de mi cabeza.

Entonces mi conocimiento sobre el manejo de la nave aumentó. Era como si la viese en 360 grados, por encima y por debajo. Al mismo tiempo permanecía sentado en la cabina, ultimando el lanzamiento.

“Buena suerte,” dijo el hombre de las gafas desde una pequeña pantalla a mi izquierda.

“Gracias. ¿Puedo hacerle una última pregunta?”

“No veo por qué no.”

“¿Por qué yo?”

“Bueno, la respusta más corta es que fuiste diseñado para hacer esto. Hemos retocado un poco el diseño humano en tu caso. Eres más grande, más rapido. Tienes tiempos de reacción más cortos.”

“No soy rapido. Si, soy más grande de lo normal, pero muy torpe.”

“En el mundo real no”.

Entonces despegué.

No llegué a ver a los Aliens, pero sí una de sus naves. Parecía una masa de algas: era orgánica, brillante, algo enorme que orbitaba alrededor de la luna. Similar a algo que podrías haber visto crecer bajo el agua del tamaño de Tasmania.

Unos tentáculos de casi doscientas millas empujaban asteroides de diversos tamaños tras de si. Hubiera jurado que era la boca de un gran monstruo marino.

Empezaron a dispararme en cuanto aparecí en su campo visual.

Observé como mis dedos activaban las compuertas de misiles mientras me preguntaba como demonios sabía hacer eso. No estaba ahí para salvar mi mundo. La realidad era una ilusión: una secuencia de unos y ceros. Estaba luchando por salvar una pesadilla…

Pero si la pesadilla era destruída. Mi mundo también estaría condenado.

Conocí a una chica llamada Susan. La recordaba de forma fantasmal, de una vida largo tiempo olvidada. Me preguntaba si aún seguiría viva (¿Habían pasado unas horas o cientos de años?). Supuse que estaría conectada a esos cables en alguna parte, sin memoria, sin recuerdos de un miserable y paranoico gigante.

Tan cerca de la nave extraterrestre, podía ver sus fauces. Las rocas que sostenía eran de menor tamaño y más pulidas. Esquivé los disparos. Parte de mi estaba maravillado. Nada de turbinas o cualquier otro tipo de combustible, solo energía mental.

Si sólo uno de esos asteroides hubiera impactado contra la nave, habría muerto en el acto. Tan simple como eso.

La única forma de acabar con ellas era esperar a que se le agotasen. Así que continué esquivandolas.

El núcleo de la nave alien estaba ahora frente a mi. Era una especie de ojo que me observaba.

Estaba sólo a unas cuantas millas cuando disparé y emprendí la maniobra evasiva.

Casi explota justo en el centro del núcleo. Fue como una traca de fuegos artificiales. De alguna forma era un espectáculo maravilloso. Abrió un gran agujero en la nave del que emanaban chispas y escombros…

“¡Lo conseguí!. ¡Joder lo he conseguido!”

La pantalla a mi izquierda se encendió. Alli estaba mi amigo de las gafas picudas. Me miraba carente de expresión . “Lo has conseguido”

“Bien, ahora ¿donde debo aterrizar esta cosa”

Noté cierta perturbación en su mirada “No puedes. No la diseñamos para regresar. Es una redundancia que no necesitamos. Sería muy costoso mantenerla.”

“¿Entonces que hago ahora? He salvado la tierra. ¿Mi recompensa es achicharrarme aquí fuera?”

“Algo así”

Las luces fueron apagandose. Una por una. Los controles dejaron de funcionar. Perdí la visión perceptiva de la nave. Ahora estaba solo, empotrado contra la cabina en mitad de ninguna parte, en una taza de te voladora.

“¿Cuanto me queda?”

“Estamos apagando los sistemas. Un par de horas como mucho. No evacuaremos el aire del interior. Sería inhumano”.

“En mi mundo, lo que he hecho sería motivo de premios y medallas.”

“Obviamente estamos agradecidos.”

“¿No podéis darme algo más tangible en señal de vuestra gratitud?”.

“No. Eres prescindible. Una unidad. No podemos darte nada. Es como una colmena de abejas que agradeciese la colaboración de cada soldado. No es sensato ni viable traerte de vuelta”.

“Y por supuesto no queréis que el potencial destructivo de esta nave regrese a la tierra, donde podrían utilizarlo contra vosotros”

“Tu lo has dicho.”

La pantalla se apagó. Sin una despedida. No intenten recuperar la emisión, la realidad ha sufrido una avería, pensé en la penumbra.

Es curioso como valoras el hecho de poder respirar cuando apenas te quedan dos horas de oxígeno. Conteniendo el aliento. Soltándolo lentamente. Dentro. Fuera. Manteniéndolo…

Estaba sentado. En la oscuridad. Esperé. De repente dije “¿Hola?.¿Hay alguien ahí?”

Un ruido. La pantalla se encendió,se llenó de numeros y una voz contestó “¿Si?.

“Tengo una petición. Escuchad. Vosotros…máquinas, lo que seáis. Me debéis una. ¿Cierto?. Es decir, he salvado vuestras vidas.

“…Continua.”

“Me quedan un par de horas ¿no es así?”

“57 minutos.”

“¿Podéis enchufarme a mi mundo?. ¿Al mundo en el que antes estaba insertado?.”

“No lo se. Espera.” La pantalla volvió a apagarse.

Esperé, respirando lentamente. Me sentía en paz, si no recordase que me quedaban apenas minutos para morir hubiera sido algo fantástico contemplar todo aquello.

Nuevo brillo en la pantalla. Esta vez sin imagen. Nada. Solo una cándida luminiscencia. Y una voz, en parte sonaba en mi cabeza y en parte salía de la pantalla. “Trato hecho.”

Un pequeño pinchazo en mi cerebro. Oscuridad.

Y entonces ocurrió.

Eso fue hace quince años: 1984. Volví al trabajo en ordenadores. Tengo mi propia tienda en Tottenham Court Road. Ahora, aproximándonos al nuevo milenio, es cuando me he decidido a transcribir todo aquello en esta historia. Esta vez me casé con Susan. Tardé un par de meses en encontrarla. Tenemos un hijo.

Tengo cerca de cuarenta años. La gente con mi tamaño no suele vivir mucho más. Se nos para el corazón. Cuando leas esto estaré muerto. Sabrás que he muerto. Verás una caja del tamaño de dos hombres enterrada bajo tierra.

Pero tienes que saber la verdad Susan, amor mio: mi verdadero ataud orbita alrededor de la luna. Parece una taza de te. Me devolvieron el mundo, y a ti, o al menos lo que conocía de ti, por un breve espacio de tiempo. La última vez te conté, o le conté a alguien muy parecido a ti, la verdad. Lo que sabía. Y tu te marchaste. Quizá no eras tu realmente, ni yo era yo. Esta vez no me he atrevido a perderte. Por eso he escrito todo esto. Te lo entregarán junto con el resto del papeleo. Adiós.

Puede que sean unos bastardos. Mecánicos. Carentes de emociones, chupando de la mente de toda la humanidad su propia energía. Pero no puedo dejar de sentir gratitud hacia ellos.

Moriré dentro de poco, pero estos últimos cincuenta minutos han sido los mejores de mi vida.





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